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Elogio al mundo rural
Las historias de Virginia Mendoza son una extraña mezcla entre vitalidad y muerte, real y metafórica
Tania J. Baeza
El mundo rural quedó semidesierto cuando la ciudad parecía tener la solución a cualquier problema. Durante algún tiempo, décadas, esta afirmación fue correcta. Hasta que llegó la crisis y las ternas cambiaron. La ciudad no era la solución, se había convertido en el problema. Las ciudades ya no eran capaces de generar trabajo para todos sus habitantes.
Quienes mantuvieron vivos los campos, acogieron con los brazos abiertos a quienes se veían obligados a volver para abrir las puertas que llevaban décadas cerradas. Y, lo que tenía apariencia de castigo, se acabó convirtiendo en una oportunidad de progreso para muchos. El campo tenía viviendas para las familias, oportunidades de empleo y, para los más atrevidos, ocultaba vías de negocio por explotar.
Y esto es lo que nos cuenta Quién te cerrará los ojos. Historias de arraigo y soledad en la España rural. Un libro de Virginia Mendoza, una escritora y periodista, que decidió volver a Terrinches (Ciudad Real). Desde allí, además de crear historias, está promoviendo iniciativas con las que atraer visitantes, quizás residentes, al pueblo de sus abuelos. Unos abuelos que están muy presentes en todas las historias que cuenta. Lee el resto de esta entrada
Reseña: «Heridas del viento: crónicas armenias con manchas de jugo de granada», de Virginia Mendoza
«Mendoza describe un país de gente humilde, hospitalaria, nostálgica, bondadosa y, vamos a decirlo, estrambótica. Lo describe con asombro, ternura, humor, y poco a poco, según avanza el libro, lo va haciendo cada vez más suyo.» Ander Izaguirre
Por: Marta Juan @martajuan
Virginia Mendoza, periodista y antropóloga, realizó un Voluntariado Europeo en Armenia. “Heridas del viento. Crónicas armenias con manchas de jugo de granada”, con prólogo de Ander Izaguirre, es el souvenir que Virginia Mendoza nos ha traído de aquel país. Su primer libro publicado es el resultado de un laborioso trabajo periodístico y antropológico que durante meses Virginia realizó en Armenia, trasladándonos todo lo que conoció y aprendió del país donde todo empezó.
Bajo la mirada del monte Ararat, Virginia recoge testimonios de supervivientes del genocidio armenio, de aquellas personas que se vieron obligadas a dejar sus hogares, y de aquellas mujeres que se vieron obligadas a acceder a matrimonios forzados y convertirse en esclavas sexuales si querían preservar su vida y la de su familia. También recoge testimonios de algunos supervivientes del terremoto que asoló el norte del país el 7 de diciembre de 1988, y que aún siguen viviendo en domiks con la esperanza de obtener algún día la casa que el Gobierno les prometió. Y es que Armenia es un lugar lleno de supervivientes, donde ni genocidios, ni guerras, ni terremotos, son capaces de quitarles la sonrisa ni la esperanza.
A través de silencios, voces, estelas y líneas, Virginia nos transmite la singularidad del pueblo armenio, así como su hospitalidad, siempre dispuestos a poner una mesa de comida para el extranjero. Al tiempo perdí la cuenta de los cafés, tés y vodkas que Virginia se tuvo que tomar por cada casa que visitó. Y es que Virginia no se queda solo en lo superficial, entra en las casas de los armenios, habla con ellos, convive con ellos, les escucha detenidamente, y nos lo traslada con todo detalle y con su peculiar punto de vista. Gracias a su labor podemos conocer la cultura y creencia de los molokanes, cristianos que se opusieron a las normas de la nueva Iglesia Ortodoxa y conocidos como los bebedores de leche, o ver cómo viven los yazidíes, que conforman una minoría étnica en Armenia.
‘Heridas del Viento’ es un vibrante retrato del pueblo armenio
Virginia Mendoza ha conseguido alcanzar las primeras posiciones de Amazon con su opera prima
Para conocer toda la historia, ¿cómo surgió su primer viaje a Armenia?
Fui con el Voluntariado Europeo. Fue una odisea: las organizaciones de envío de las ciudades más próximas se negaban a colaborar por no estar empadronada (donde vivía no había ninguna). Cuando por fin una organización de Málaga accedió a hacerme el favor, la de acogida había dejado pasar la convocatoria. En la siguiente, la agencia nacional no aceptaba proyectos en inglés, así que tuve que traducir las treinta páginas del proyecto, que a punto estuvo de ser rechazado porque la organización que me enviaba no era de la comunidad en la que vivía.
La primera vez no me dejaban salir de España. Pasé por todos los mostradores de la compañía aérea porque insistían en que necesitaba billete de vuelta y visado, pero en realidad ya no era necesario. Así que me marearon, supliqué y, finalmente, a punto de cerrar el acceso, una chica consideró que no tenía por qué dudar de mi versión, dijese lo que dijese su programa informático. En el avión me ofrecieron varias casas en las que dormir, llenaron mi mochila de chocolatinas y, cuando llegué, de madrugada, mi coordinador no estaba. No me dejaban sacar la maleta del aeropuerto porque en Barajas remataron la jugada: llegué llamándome Mr. Petrosyan. Apareció un señor alto con bigote, un poco desconcertado, al que pregunté si por casualidad era la señorita Mendoza. Intercambiamos maletas y por fin pude salir. Aquello ya prometía.
¿Conocía la historia del país cuando decidió viajar hasta allí?
Lo único que sabía de Armenia antes de que se me metiese entre ceja y ceja lo había leído en El imperio, de Kapuscinski. También había visto un documental en el que Ara Malikian regresa a la aldea de sus abuelos. Pero ya está. Un día, Ander Izagirre usó la palabra mágica: ‘Armenia’. Me dijo que tenía toda la pinta de ser un lugar que me encantaría. Empecé a buscar información sobre el país y a comprar libros sobre Armenia. Los últimos meses antes de irme no leía otra cosa. Pero, hasta entonces, no puedo decir que tuviese la menor idea.
Entre las muchas ideas con las que se iba al viaje, ¿incluía desde el primer momento volver con un libro?
Sí. No sabía cómo lo haría, pero quería volver con un libro. El problema es que, una vez estaba en Armenia, me entusiasmó tantísimo el lugar, devolvió tantas cosas a mi vida, que mi idea de volver con un libro dio lugar a la de volver con tres (risas). Lee el resto de esta entrada